Un mal sueño sin sonido
Mario Arteca
Dejar, o hacer, que lo verdadero irrumpa.
Precisión extrema y elisión.
Tramos verbales anotados, por algún motivo, que dicen lo que dicen (y qué bien que lo dicen) y responden a algo más, como si emergieran de una insistencia muda.
Lo que late en la escritura, potente, vivo, y lo que no llega a la escritura pero se mueve, instándola. Más que lo que se dice importa (y lo que se dice importa mucho, por circunstancial que se lo suponga) lo que al leer nos pasa.
Y lucidez al mango, sin coartada que valga. Entrega a lo que está ahí, en (y detrás de, y entre) las palabras.
Arteca hace de la poesía una extrema aventura del alma, un dichoso ponerse a prueba, una puesta en juego de lo mejor de uno mismo, un recorrido para encuentros sin fin.
Y, en la corriente, interrogantes, incisivas, siempre irresueltas, como si estuvieran siempre por revelar algo, señales de una época, un país, una atmósfera, una generación, un estado de la humanidad.
“Todo, en el mundo —escribió Mallarmé— existe para concluir en un libro”.
Daniel Freidemberg